Sin palabras

       Echado, con la mirada perdida en el azul, fundido en el cesped y la mente en blanco. A ms pies, un vasto valle, con sus rios y montanyas, rasgados por la luz rasante de un moribundo Sol. A mis espaldas, grandes rebanyos de nubes bajan a borbotones por las laderas, como enormes bovidos celestiales deborando pastos enteros, que no son sino montanyas. En el horizonte, descomunales formaciones vaporosas se alzan orgullosas. Es el telon de fondo.

       Una complaciente brisa me acaricia el rostro, sonyoliento, y me trae las antiguas melodias germanicas que Alina, mas alla, entona majestuosa, perdida en el espacio que nos precede. Contemplativo e inspirado, observo las libelulas que empiezan a llegar de todas partes, del color del atardecer, en forma de anticipio al apoteosico final.

       Y de repente, corrido por los implacables vientos de las alturas, el telon cae. Las colosales nubes se retiran y descubren el tesoro que hasta ahora guardaban, recelosas, para sus adentros.

       Las mas altas cimas del Himalaya se exponen, banyadas en rojo, para contemplarnos desde la cercana distancia. Imponentes y altivas, barren las deshechas nubes en el climax de la escena y, tenyidos por el fuego de un intenso atardecer, rios y montanyas se postran a los pies de estas, blancas cumbres ahora doradas.

       Sobrecogido y aclaparado por las ciclopeas dimensiones del escenario y de los protagonistas, intento hacer el momento eterno. Y lo hago, justo antes de que el Sol desaparezca y el rojo se funda en la nieve, dando paso a un brillante manto de estrellas, que amansara el incontenible brio de las montanyas hasta el amanecer.